Humedeciste tus labios, recuerdo
claramente esa traviesa mirada.
Me despertó la brisa de esa fría
mañana, la visión aún latía en una conciencia trastornada; no habías sido una alucinación. La fresca corriente entraba curiosa por la ventana, la olvidó abierta en su prisa, en su huida; a través de las cortinas distraído
observaba la ruta de escape, intentaba recordar, ávido, impaciente.
Perdió el
equilibro; Manuel Alejandro (sì, escucharon bien, Manuel Alejandro) sonrió
mientras algo afloraba en su conciencia, un recuerdo se encendía bajo la luz
fatua de la Luna; no es suficiente escuchó a alguien decir y así él también lo creía,
pues se cuestionaba la realidad de tan inusuales y enigmáticos eventos, estos
juntos, habían sistemáticamente derribado una monumental y pues irreal pared,
que en algún momento él, en un arrebato de atolondrado heroísmo decidió
levantar.