miércoles, febrero 01, 2017

Rayito de Luna




En el espacio, en el infinito; volaba hacia el cegador brillo de un horizonte que antes solo había visto en sueños, que todos llevamos dentro. A mi alrededor millones de personas brillaban como estrellas, avanzaban dejando una estela dorada que al observar detenidamente contaba historias de vida; experiencias, felicidad, amargura. 


Se cruzaban constantemente; con frecuencia por instantes fugaces, mientras que en muy pocas otras ocasiones tejían juntas patrones de particular belleza; danzaban al ritmo de ambos, despegaban hacia un horizonte para mi desconocido, excepcional.
Pude apreciar como en oportunidades estos tejidos se quebraban, las estrellas se distanciaban, una o ambas perdían su brillo y el lazo que por largo tiempo las había unido, se rompía; se rompía con un ensordecedor fragor que perdía las dos estrellas en una furiosa y errática trayectoria, me sorprendí al recordar, estaba seguro ¡ya lo había vivido!

Me sentí invadido por una profunda y amarga tristeza no pude evitar refugiarme en mí.

Y descendiendo dentro de mí flotaba por encima de los campos, de los cerros, escuchando los ecos del viento; era de noche y en la cima de un árido cerro cuatro figuras esperaban en silencio sentados cada uno sobre un pequeño Tocón. Los reconocí al instante, los conocía de toda una vida:

Soledad La Luna, de piel lunar, chispas en la nariz y mejillas; ojos cafés de mirada perdida y afligida, un rostro elegantemente cubierto por un antifaz, tenía cabello negro y lacio que ondeaba al viento, delgada, bellísima en su blanco y prístino vestido, el tipo de mujer que adornaría cualquier lugar de mi imaginar, flotaba en aires de inhumana perfección, la viva imagen del delirio de la irrealidad.

El Mitómano, que balanceaba una pluma sobre los dedos, lucía físicamente igual que los otros dos, todos eran uno y ninguno. Lo diferenciaba pero la Bauta blanca y de adornos dorados que cubría su rostro y claro el impecable traje de smoking negro además adornado con una rosa azul en la solapa, solitaria, ajena, ilusoria, distante. Los ojos que se podían ver a través de la Bauta eran inflexibles, maniáticos, contagiaban una enfermiza racionalidad.
Lo conocía bien, él siempre quería tener el control, a costa de sacrificarme a mí para proteger el resto o sacrificar la realidad misma pensando en protegerme a mí.

Arlequín, sonreía soñador; en uno o dos momentos interrumpió el místico silencio con una indescifrable carcajada; Soledad, en cierto momento, le acarició el rostro con una dulzura infinita, para tranquilizarle el alma.
Al rato más tranquilo empezó a tararear una canción de añoranza y anhelo.
Él siempre fue como una moneda, por un lado manifestaba una inocencia pueril, una confianza infinita, una gratitud llena de amor, un desinterés generoso y rebosante de auténtico cariño. Mientras que por el otro, escondía la rabia infantil que solo la más profunda incomprensión por parte del mundo puede traer. Y si se preguntan cómo lucía, era solo un Arlequín enmascarado. Solo un chiste.

Explorador era el más joven de los cuatro, tenía quizás unos 15 años menos que el resto, el más vulnerable, el que menos pudo tomar el control ¿un desconocido tal vez?
Había sido dejado en ridículo más veces de las que él o yo podíamos recordar, incomprendido, enjaulado, ¡arrinconado!
El solo deseaba que los otros lo escucharan alguna vez, que lo tomaran en cuenta pero era tímido y sin un propósito claro solo le quedaba observar. A veces fingía que su sombrerito de Safari era una máscara, pues no tenía una propia o no lo recordaba, y en sus fantasías se convertía en alguien decidido, sentía que tomaba las riendas y veía como otros empezaban a correr detrás de él; hacia el amanecer.
Explorador guardaba un recuerdo velado, quizás se equivoca pues yo tampoco puedo recordarlo, pero él creía haber sentido esa sensación; tenía un transparente recuerdo de alguien, alguien tendiéndole la mano, mostrándole cosas nuevas, compartiendo las fuerzas y el conocimiento que él no tenía, para obtener lo que siempre había deseado, y también como de pronto lo soltaron y cayó, cayó nuevamente en el vacío de su rincón.
Una lágrima de impotencia se deslizó rápida y fugaz, Soledad fue la única en notarlo, pero sabía que de tocar al Explorador ambos serían destruidos, con amargura una vez más se vio obligada a sentir en carne propia el dolor de quien jamás podrá alcanzar. Ella es una con todos.

¡Amanecía de pronto!

A lo lejos, levantando el polvo, otra figura llegaba corriendo, rebosaba de un ímpetu que creí por instantes irreal, inventado; pero la firmeza de esos pasos y la salvaje aura que lo rodeaba no mentían, era Hacedor de Máscaras.
Llevaba las ropas rasgadas, la piel Herida y un paquete de papel de embalaje firmemente asegurado con cordón crema.
Colgadas de su cinto, las Herramientas para tallar máscaras rebotaban entre ellas y sonaban como campanas lejanas, inalcanzables, de otra historia, de un futuro inexistente.
Físicamente él no era más que una versión mucho mayor del mitómano, no me atrevería a llamarlo anciano, si bien sus grises cabellos y barba delataban su avanzada edad, la fortaleza de su cuerpo rompía paredes y su mirada quemaba la piel. Había vivido muchos años de Soledad. 

Pensé que seguramente había atravesado malezas que yo desconocía; no entendía de donde sacaba esa energía ¿de dónde venía? ¡¿De dónde surgía?!

Y perdido en esos pensamientos no vi cuán rápido alcanzó el centro del grupo. 

Abrió el paquete con una prisa compulsiva, hasta revelar su contenido. Claro a primera vista podía parecer un viejo y descascarado pedazo de leño, que facilmentr en otra vida pudo haber sido utilizado como el asiento de una banca; pero yo sentía que era algo más, y al fijarme bien pude distinguir los caricaturescos rasgos del rostro de un León.

¡Una Máscara! ¿De dónde salió? ¿La había acaso olvidado?

Y mientras me hacía esas preguntas, El Hacedor se acercó al Explorador y le alcanzó la máscara diciéndole:

¡No te atrevas a perderla de nuevo, idiota!

La severidad de esas palabras sacudieron las Raíces del Pequeño Explorador, pero ni bien tocó el leño; ¡lo recordó todo y yo, y yo también! La fuerza, la ambición, la pasión.

Explorador apoyó entonces la mascará sobre su rostro la cual quedó firmemente asegurada.
Aulló con fuerzas inhumanas, salvajes; El Viento sopló fuerte y de las sombras un enorme lobo blanco se acercó a él.
Kiba ven; escuche decirle y el lobo se sentó a su lado.

Entonces inesperadamente los seis personajes miraron en mi dirección y caí precipitadamente justo en el medio de ellos. Me tomo unos instantes ponerme de pie y ellos se acercaron en silencio.

Soledad La Luna levantó sus blancas manos a la altura de mi rostro, entre ellas escondía un pequeño objeto que recordaba un fragmento de espejo, pero este emanaba destellos blancos de luz, me lo alcanzó susurrándome, Rayo de Luna; Sin respirar por la sorpresa lo recibí sin titubear e instantes después de tenerlo entre mis manos sentí sobre mis espaldas el peso de la vida misma, el peso del amor, del cariño, del deseo, del sacrificio, del afecto, de la esperanza; por otro lado y al mismo tiempo el peso del desamor, de la desilusión, del desengaño, de la amargura; del odio.
¡Caí al piso de rodillas! imploré que lo tomara de vuelta ¡no lo quería conmigo! pero sabía; sabía muy bien que... que estaría siempre en mí, nadie podría llevárselo.

Uno a uno ellos tocaron mi espalda y regresaron en mí, El Viento soplaba cada vez más fuerte, una tormenta venía opacando el horizonte, escondiendo el amanecer.
Miré al cielo y me elevé por encima de las nubes, no otra vez me dije, no me rendiría ante la vida, no me rendiría ante el tiempo; tengo sed.

Regresé al espacio, regresé al infinito; las estrellas seguían danzando a mi alrededor. En el bolsillo de la camisa llevaba aún el Rayo de Luna, esta vez nada me detendría. Hasta que pierdas un día tu brillo rayito mío, quédate conmigo. Nada me detendría.


¡Ni un minuto más!

Manuel

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

La descripcion es tan precisa y rica de detalles que podia ver y sentir lo que vive el personaje. Sigue escribiendo!

Daniel Arce dijo...

Vivimos en dos dimensiones distintas. Lograste trasladarme al sueño onírico en compañia de tus figuras amigas. Me identifique con el explorador. Buena.