En el espacio, en el infinito; volaba hacia el cegador brillo de un
horizonte que antes solo había visto en sueños, que todos llevamos dentro. A mi
alrededor millones de personas brillaban como estrellas, avanzaban dejando una
estela dorada que al observar detenidamente contaba historias de vida;
experiencias, felicidad, amargura.
Se cruzaban constantemente; con frecuencia por instantes fugaces,
mientras que en muy pocas otras ocasiones tejían juntas patrones de particular
belleza; danzaban al ritmo de ambos, despegaban hacia un horizonte para mi
desconocido, excepcional.
Pude apreciar como en oportunidades estos tejidos se quebraban, las
estrellas se distanciaban, una o ambas perdían su brillo y el lazo que por
largo tiempo las había unido, se rompía; se rompía con un ensordecedor fragor
que perdía las dos estrellas en una furiosa y errática trayectoria, me
sorprendí al recordar, estaba seguro ¡ya lo había vivido!
Me sentí invadido por una profunda y amarga tristeza no pude evitar
refugiarme en mí.
Y descendiendo dentro de mí flotaba por encima de los campos, de los
cerros, escuchando los ecos del viento; era de noche y en la cima de un árido
cerro cuatro figuras esperaban en silencio sentados cada uno sobre un pequeño
Tocón. Los reconocí al instante, los conocía de toda una vida:
Soledad La Luna, de piel lunar, chispas en la nariz y mejillas; ojos
cafés de mirada perdida y afligida, un rostro elegantemente cubierto por un
antifaz, tenía cabello negro y lacio que ondeaba al viento, delgada, bellísima
en su blanco y prístino vestido, el tipo de mujer que adornaría cualquier lugar
de mi imaginar, flotaba en aires de inhumana perfección, la viva imagen del
delirio de la irrealidad.
El Mitómano, que balanceaba una pluma sobre los dedos, lucía físicamente
igual que los otros dos, todos eran uno y ninguno. Lo diferenciaba pero la
Bauta blanca y de adornos dorados que cubría su rostro y claro el impecable
traje de smoking negro además adornado con una rosa azul en la solapa,
solitaria, ajena, ilusoria, distante. Los ojos que se podían ver a través de la
Bauta eran inflexibles, maniáticos, contagiaban una enfermiza racionalidad.
Lo conocía bien, él siempre quería tener el control, a costa de
sacrificarme a mí para proteger el resto o sacrificar la realidad misma
pensando en protegerme a mí.
Arlequín, sonreía soñador; en uno o dos momentos interrumpió el místico
silencio con una indescifrable carcajada; Soledad, en cierto momento, le acarició
el rostro con una dulzura infinita, para tranquilizarle el alma.
Al rato más tranquilo empezó a tararear una canción de añoranza y
anhelo.
Él siempre fue como una moneda, por un lado manifestaba una inocencia
pueril, una confianza infinita, una gratitud llena de amor, un desinterés
generoso y rebosante de auténtico cariño. Mientras que por el otro, escondía la
rabia infantil que solo la más profunda incomprensión por parte del mundo puede
traer. Y si se preguntan cómo lucía, era solo un Arlequín enmascarado. Solo un
chiste.
Explorador era el más joven de los cuatro, tenía quizás unos 15 años
menos que el resto, el más vulnerable, el que menos pudo tomar el control ¿un
desconocido tal vez?
Había sido dejado en ridículo más veces de las que él o yo podíamos
recordar, incomprendido, enjaulado, ¡arrinconado!
El solo deseaba que los otros lo escucharan alguna vez, que lo tomaran
en cuenta pero era tímido y sin un propósito claro solo le quedaba observar. A
veces fingía que su sombrerito de Safari era una máscara, pues no tenía una
propia o no lo recordaba, y en sus fantasías se convertía en alguien decidido,
sentía que tomaba las riendas y veía como otros empezaban a correr detrás de
él; hacia el amanecer.
Explorador guardaba un recuerdo velado, quizás se equivoca pues yo
tampoco puedo recordarlo, pero él creía haber sentido esa sensación; tenía un
transparente recuerdo de alguien, alguien tendiéndole la mano, mostrándole
cosas nuevas, compartiendo las fuerzas y el conocimiento que él no tenía, para
obtener lo que siempre había deseado, y también como de pronto lo soltaron y
cayó, cayó nuevamente en el vacío de su rincón.
Una lágrima de impotencia se deslizó rápida y fugaz, Soledad fue la
única en notarlo, pero sabía que de tocar al Explorador ambos serían
destruidos, con amargura una vez más se vio obligada a sentir en carne propia
el dolor de quien jamás podrá alcanzar. Ella es una con todos.
¡Amanecía de pronto!
A lo lejos, levantando el polvo, otra figura llegaba corriendo, rebosaba
de un ímpetu que creí por instantes irreal, inventado; pero la firmeza de esos
pasos y la salvaje aura que lo rodeaba no mentían, era Hacedor de Máscaras.
Llevaba las ropas rasgadas, la piel Herida y un paquete de papel de
embalaje firmemente asegurado con cordón crema.
Colgadas de su cinto, las Herramientas para tallar máscaras rebotaban
entre ellas y sonaban como campanas lejanas, inalcanzables, de otra historia,
de un futuro inexistente.
Físicamente él no era más que una versión mucho mayor del mitómano, no
me atrevería a llamarlo anciano, si bien sus grises cabellos y barba delataban
su avanzada edad, la fortaleza de su cuerpo rompía paredes y su mirada quemaba
la piel. Había vivido muchos años de Soledad.
Pensé que seguramente había atravesado malezas que yo desconocía; no
entendía de donde sacaba esa energía ¿de dónde venía? ¡¿De dónde surgía?!
Y perdido en esos pensamientos no vi cuán rápido alcanzó el centro del
grupo.
Abrió el paquete con una prisa compulsiva, hasta revelar su contenido.
Claro a primera vista podía parecer un viejo y descascarado pedazo de leño, que
facilmentr en otra vida pudo haber sido utilizado como el asiento de una banca;
pero yo sentía que era algo más, y al fijarme bien pude distinguir los
caricaturescos rasgos del rostro de un León.
¡Una Máscara! ¿De dónde salió? ¿La había acaso olvidado?
Y mientras me hacía esas preguntas, El Hacedor se acercó al Explorador y
le alcanzó la máscara diciéndole:
¡No te atrevas a perderla de nuevo, idiota!
La severidad de esas palabras sacudieron las Raíces del Pequeño
Explorador, pero ni bien tocó el leño; ¡lo recordó todo y yo, y yo también! La
fuerza, la ambición, la pasión.
Explorador apoyó entonces la mascará sobre su rostro la cual quedó
firmemente asegurada.
Aulló con fuerzas inhumanas, salvajes; El Viento sopló fuerte y de las
sombras un enorme lobo blanco se acercó a él.
Kiba ven; escuche decirle y el lobo se sentó a su lado.
Entonces inesperadamente los seis personajes miraron en mi dirección y
caí precipitadamente justo en el medio de ellos. Me tomo unos instantes ponerme
de pie y ellos se acercaron en silencio.
Soledad La Luna levantó sus blancas manos a la altura de mi rostro,
entre ellas escondía un pequeño objeto que recordaba un fragmento de espejo,
pero este emanaba destellos blancos de luz, me lo alcanzó susurrándome, Rayo de
Luna; Sin respirar por la sorpresa lo recibí sin titubear e instantes después
de tenerlo entre mis manos sentí sobre mis espaldas el peso de la vida misma,
el peso del amor, del cariño, del deseo, del sacrificio, del afecto, de la
esperanza; por otro lado y al mismo tiempo el peso del desamor, de la
desilusión, del desengaño, de la amargura; del odio.
¡Caí al piso de rodillas! imploré que lo tomara de vuelta ¡no lo quería
conmigo! pero sabía; sabía muy bien que... que estaría siempre en mí, nadie
podría llevárselo.
Uno a uno ellos tocaron mi espalda y regresaron en mí, El Viento soplaba
cada vez más fuerte, una tormenta venía opacando el horizonte, escondiendo el
amanecer.
Miré al cielo y me elevé por encima de las nubes, no otra vez me dije,
no me rendiría ante la vida, no me rendiría ante el tiempo; tengo sed.
Regresé al espacio, regresé al infinito; las estrellas seguían danzando
a mi alrededor. En el bolsillo de la camisa llevaba aún el Rayo de Luna, esta
vez nada me detendría. Hasta que pierdas un día tu brillo rayito mío, quédate
conmigo. Nada me detendría.
¡Ni un minuto más!
Manuel
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2 comentarios:
La descripcion es tan precisa y rica de detalles que podia ver y sentir lo que vive el personaje. Sigue escribiendo!
Vivimos en dos dimensiones distintas. Lograste trasladarme al sueño onírico en compañia de tus figuras amigas. Me identifique con el explorador. Buena.
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